Sunday, April 08, 2007

Valeria, Vilma, Carol, Mercy, Marina

Novia del jefe Salvatrucha que controla el sector, Valeria es una de las pocas mujeres de La Línea que, siendo joven, realmente lo parece. Es guapa, vivaz y mueve las manos elocuentemente al hablar mientras sus palabras fluyen con facilidad. Habla de la violencia que padece a diario, del acoso de la Policía, de los asesinatos de mujeres, de los malos tratos y la discriminación que sufren a diario las prostitutas pobres.

El cuarto de Valeria queda cerca del de Vilma, madre de ocho hijos y cuyo último marido dejó embarazada a su primogénita, largándose con ella. Tiene 35 años y es abuela del hijo de su ex amante. Ahora es lesbiana y vive con Lupe, su novia.

Casi enfrente trabaja Carol, madre de una hija de tres años y pareja de Beto, el padre de la niña, un maltratador bien camuflado. En sus ratos libres, Carol lee los poemas de Neruda que le regaló un cliente y explica cómo, de pequeña, se las ingeniaba para jugar a las muñecas a escondidas de su madre, quien la regañaba porque tenía que trabajar.

A la vuelta vive Mercy, cuyo marido, Calín, es desempleado, pintor ocasional de brocha gorda y padre de su segundo hijo. En su casa reina la monotonía de un hogar cualquiera: se despiertan, preparan el desayuno para los niños y Calín los lleva al colegio mientras Mercy se maquilla y cruza la calle para ofrecerse frente a su cuarto.

Pero acaso el personaje más conmovedor sea Marina, una anciana de 66 años que trabajó en La Línea durante décadas. Ahora se dedica a vender preservativos, lavar la ropa para sus ex colegas, botar basura y hacer mandados a cambio de centavos. Le falta el ojo izquierdo. Se lo reventó un amante durante una discusión de borrachos. Otro amante le regaló un ojo de cristal, pero lo perdió en otra borrachera.

Una herramienta distinta
Tanto Marina como el resto de sus compañeras viven temerosas de la Policía, de los clientes y de los propios pandilleros. Son mujeres autónomas, sin proxenetas; alquilan su cuarto y se quedan con los beneficios, pero a menudo son forzadas sexualmente, robadas y asesinadas. Tenían en mente plantarse ante a las autoridades, hacerse ver frente a la sociedad, llamar la atención sobre su realidad, luchar por sus derechos y su dignidad. Querían reivindicarse, pero no sabían cómo.

Necesitaban una herramienta distinta, algo que les permitiera mostrarse como lo que son, como personas normales; ganarse el cariño o, al menos, el respeto de la sociedad. ¿Por qué no un partido de fútbol en Futeca? Si pretendían llamar la atención y trasladar un mensaje, nada mejor que atraer a los medios de comunicación; y una idea así, sin duda, giraría los lentes hacia ellas… aunque, para entonces, nadie hubiera podido imaginar cuánto y de qué manera.

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