Sunday, April 08, 2007

Las Estrellas de La Línea

De cómo un grupo de mujeres prostitutas
de La Línea formó un equipo de fútbol,
se apuntó a un torneo en Futeca zona 14,
llamó la atención de la Prensa,
se ganó la animadversión de muchos
y la simpatía de otros tantos;
y de cómo todo ello no fue
sino el punto de partida para contar,
por medio de un largometraje documental,
la historia detrás de un grupo
de maravillosos seres humanos.

Texto: Andrés Zepeda


En agosto del 2004 un grupo de prostitutas se organizó, formó un equipo de fútbol, llenó los requisitos para inscribirse en un torneo local y entrenó durante las tres semanas previas al primer partido. El sábado 18 de septiembre las Estrellas de La Línea se batían contra las Ice Devils en las canchas de Futeca, zona 14. En realidad se trataba de un montaje, y eso fue lo primero que objetó la sociedad guatemalteca a través de los medios de comunicación, en su mayoría financiados –e incluso controlados– por algunos de los miembros más conservadores de esa sociedad.

¿Un montaje? Sí, un montaje. El objetivo era no sólo jugar, sino aprovechar el juego –dentro y fuera de la cancha– para ventilar (y registrar) una serie de trapos sucios que muchos hubieran preferido nunca ver de cerca y en toda su impudicia. ¿Por qué en Futeca?, se preguntaban, consternados, y con razón. ¿Y por qué no?, reponían otros, con más razón aún.

La emisión nocturna del noticiero Guatevisión de ese mismo día divulgaba ya la noticia, a pesar de las presiones de algunos sectores poderosos obstinados en que el asunto no pasara a más: los mismos sectores que consiguieron que el hecho, y sus numerosas y condimentadas secuelas, ni siquiera obtuvieran mención en Siglo Veintiuno, Nuestro Diario, El Quetzalteco, Noti 7 y Tele Diario, y que apenas fueran referidos, a cuentagotas, en Prensa Libre y Al Día. No fue sino gracias a los espacios informativos que elPeriódico y La Hora les dedicaron, así como a la subsecuente avalancha de columnas de opinión y cartas de lectores, que el incidente cundió como es usual en este país tan ávido de cotorreos y sensacionalismos. ¿Que un vulgar partido de fútbol no merecía tanta atención mediática? Eso es muy discutible. Cabe insistir otra vez en que no se trataba de un juego de pelota común y corriente.

El efecto de la prensa (en restringir la información propiamente dicha, a la vez que difundía sólo las opiniones) fue fundamental para que el país se hiciera una idea, en el mejor de los casos, parcial (cuando no decididamente sesgada), tanto de lo ocurrido como de sus orígenes y repercusiones. Por el contrario, alrededor del mundo el asunto fue mejor comprendido por los medios y, por consiguiente, mejor explicado. Notas publicadas en lugares tan disímiles y remotos entre sí como Australia, Turquía, España, Noruega, Francia, Panamá, Holanda, Japón, Inglaterra, México, Dinamarca, Estados Unidos, Argentina y El Salvador abordaban no sólo el acontecimiento sino su contexto, aprovechando las innumerables aristas noticiosas que este ofrecía.

Se dijo que se trataba de un montaje porque tanto el partido como la idea de formar el equipo eran parte del libreto de una película documental de corte independiente escrita –y posteriormente dirigida– por un periodista y escritor español (nacido en Sevilla) de nombre Chema y de apellido Rodríguez, financiada con préstamos bancarios y dinero de colegas, familiares y amigos. El equipo de producción lo conformaba él y tres personas más: un asistente madrileño apodado el Vuke, un camarógrafo guatemalteco llamado René Soza y un comodín mixqueño: el mismo que suscribe estos párrafos, preparados con la intención de llenar algunos vacíos informativos y movido por el ánimo de hacer accesible la historia que nadie quiso relatar.

Una noche en Maruja’s
Inveterado trotamundos, Chema Rodríguez vino a Guatemala por primera vez en 1989 y desde entonces, por motivos incomprensibles, ha seguido visitando nuestro país a razón de una o dos veces por año. En una de tantas surgió la idea: lo acompañaba El Vuke y otros paisanos, quienes se encontraban de farra disfrutando la amable compañía de sendas anfitrionas en el hoy desaparecido club Maruja’s. La conversación, inspirada y desinhibida por influjo del alcohol, giraba alrededor de las dos pasiones capitales de todo macho que se precie: el sexo y el deporte. En esas estaban cuando Chema le sugirió a una de las chicas incorporarse al equipo femenino de fútbol que él patrocinaba, y que por entonces competía en un torneo local. No sólo ella sino varias de sus compañeras se entusiasmaron con la idea, no obstante lo cual (como es frecuente en tales circunstancias) el chispazo quedó diluido entre amnésicos pactos de ebrio envalentonado, choque de vasos, gritos de júbilo y sonoras carcajadas.

Años más tarde, Rodríguez (que para entonces había ganado ya cierta reputación en su país como escritor y director de documentales por encargo de productoras como New Atlantis y TVE) conoció La Línea y quedó prendado por las características –sociales, culturales, laborales, económicas e incluso estéticas– que ofrecían tanto el sitio como sus habitantes. Por desgracia, realizar un documental en la zona era una idea a todas luces descabellada, teniendo en cuenta que el sector no ofrece las condiciones mínimas de seguridad; sin mencionar la cantidad de permisos inútiles (sinónimo también de interminables trabas) que hubiera sido necesario conseguir de manera oficial para poder rodar allí.

Una noche, a mediados del 2003, finalmente las piezas encajaron. Un grupo de pandilleros de Villa Nueva, pertenecientes a la Mara Salvatrucha (con quienes Rodríguez trabajaba de cerca registrando sus actividades cotidianas para un libro que aún no ha sido publicado), le comentaron que La Línea estaba controlada por una clica de salvatruchas amigos, los Santos Locos. El resto fue sólo cuestión de hacer una llamada, pactar una reunión informal y explicar los pormenores de un proyecto que, por lo demás, apenas empezaba a cobrar forma. La venia de los Santos Locos, así como su protección, fue crucial durante los meses siguientes. Las autorizaciones oficiales salieron sobrando: ya se sabe que en Guatemala resulta infinitamente más práctico decir perdón que pedir permiso.

La preproducción
Quedaba, pues, todo el trabajo por hacer. Lo único sentado eran las bases: la idea para un documental sobre La Línea, en cuyo desarrollo se entramaran las historias de las prostitutas que diariamente expulsan allí sus pujidos y sudores. De ser posible, tejer esos testimonios alrededor de un hilo conductor –el fútbol– que serviría como elemento lúdico (para alivianar el peso de las historias de vida narradas), y a la vez, como señuelo para llamar la atención de la sociedad (a través de la prensa) haciéndole llegar una serie de reivindicaciones. Había, pues, tres componentes narrativos: uno dramático, uno picaresco y otro político. Se establecía, además, una clara diferencia entre los hechos que serían registrados sin previa manipulación (los testimonios de las protagonistas y sus actividades cotidianas) y aquellos que, aunque reales, serían provocados intencionalmente (todos los demás). En realidad, se trata de un género mixto, cada vez más en boga en el cine de vanguardia, conocido como “documental creativo”.

Estaba claro que habría una utilización de las tragedias personales de las protagonistas para beneficio de los realizadores del documental, de manera que lo más ecuánime fue dejar abierta la posibilidad para que ellas también pudieran beneficiarse del proyecto. ¿Cómo? Aprovechando, a manera de plataforma de expresión, la notoriedad que les daría la película, y así mostrar su realidad y plantear una serie de demandas sociales concretas.

El siguiente paso fue ir a hablar con las más de 150 mujeres que, distribuidas en minúsculos cuartitos a ambos lados de la vía del tren, ofrecen sus favores sexuales entre la séptima y la décima calles de la zona uno: contarles acerca de la propuesta, preguntarles si tenían interés en participar, advertirles sobre una eventual sobreexposición mediática y darles una idea, aunque fuera vaga, referente a fechas, horarios, etapas y duración estimada del rodaje.

La mayoría rechazó el ofrecimiento con una mezcla de incredulidad y desconfianza, o sencillamente reaccionó como si estuviera hablándosele en chino. Otras dijeron que sí, llevadas sobre todo por la novelería, creyendo que se trataba de una broma tipo En la mira con cariño, o viendo la idea como un sueño demasiado estrafalario para poder hacerse, algún día, realidad. Muy pocas vislumbraron las posibilidades y creyeron en ellas. Unas treinta prostitutas quedaron fichadas, a cada una de las cuales se les realizó una entrevista con preguntas a profundidad sobre su pasado y presente, con énfasis en las causas que las llevaron a dedicarse a ése oficio y a ejercerlo en ése lugar.

Un dossier con las entrevistas fue enviado a España, con base en el cual Rodríguez empezó a darle forma al guión mientras intentaba conseguir, por aquí y por allá, fondos para financiar el proyecto. A falta de dinero suficiente, se acordó con los participantes –operadores técnicos, asistentes, protagonistas y colaboradores varios– que cada uno recibiría un pago mínimo, más un porcentaje de las utilidades de la obra, en caso ésta lograra mercadearse con éxito una vez terminada.

El rodaje
Por fin, en agosto del 2004, Chema Rodríguez y el Vuke aterrizaron en Guatemala para empezar las primeras secuencias. Fueron días de un trajín inusual en La Línea: la presencia de los intrusos despertó la curiosidad de algunos vecinos, así como la animadversión de ciertas trabajadoras celosas de su habitual privacidad (valga la aparente contradicción), y la envidia de todas aquellas que habían quedado fuera por negarse a creer que la cosa iba en serio.

La idea del fútbol no pudo recibir mejor acogida entre las seleccionadas, sobre todo al iniciarse los entrenamientos. Las autodenominadas Estrellas descubrieron muy pronto que el deporte, de hecho, puede ser un magnífico antídoto contra la rutina, el estrés y el agobio de sus no pocos (y sí muy hondos) problemas diarios.

Mientras tanto, había que asegurarse de inscribir el equipo en Futeca, trámite que resultó muchísimo más fácil de lo que habría cabido imaginar, tratándose de un club –supuestamente– tan exclusivo. Qué va: los requisitos para admitir a las Estrellas se limitaban a cancelar mil quetzales de anticipo y proporcionar el nombre del equipo, el de su representante y el de cada una de sus integrantes; nada más. Incluso se pidió autorización para ingresar cámaras el día del primer partido, explicando que se estaba grabando un documental. El permiso fue concedido sin requerirse mayores explicaciones.

A esas alturas, estaba ya suficientemente claro que las Estrellas debían jugar en Futeca zona 14, y no en otro lado. ¿Por qué? Porque sólo allí era posible prever alguna reacción por parte de un público que, en su mayoría, responde a un perfil no sólo conservador sino excluyente respecto a estratos socioeconómicos distintos. Por lo demás, nadie podía adivinar exactamente qué iba a pasar, de manera que tienden a exagerar (por decir lo menos) quienes pusieron el grito en el cielo viendo en todo aquello “una maquiavélica puesta en escena” obra “de morbosos y aviesos titiriteros”.

No es cierto, por ejemplo, que las Estrellas hayan sido llevadas a Futeca a fuerza de engaños (como algunos se atrevieron a insinuar) ya que, para empezar, ninguna de ellas tiene un pelo de tonta. Nadie sabía tampoco, hasta unos minutos antes de iniciarse el partido, que las Ice Devils, el equipo contrario, estuviera conformado por estudiantes de un exclusivo colegio privado de la capital, mucho menos que algunas de ellas fueran menores de edad. En todo caso, ¿qué más da si lo eran? No corrieron riesgo alguno, como pretendieron sugerir algunos padres de familia quienes, escandalizados, temieron que sus hijas fueran contagiadas con el virus del sida, delatando con ello sus alarmantes niveles de ignorancia (el sida no se transmite a través del sudor) y de prejuicio (que las Estrellas sean prostitutas no quiere decir que sean, también, seropositivas; al contrario, debido precisamente a su oficio están obligadas, por ley, a chequearse quincenalmente).

En resumen, cualquier daño psicológico infligido contra los asistentes fue resultado directo de la intolerancia del supuesto agredido más que de la agresividad del supuesto agresor. Las Estrellas llevaban consigo una nutrida porra de aficionados, entre los cuales había muchos niños. Todos ellos salieron ilesos, tanto física como mentalmente. Sin embargo, el equipo fue expulsado bajo la excusa de haber utilizado lenguaje “obsceno” dentro de la cancha. Con ello se cumplió uno de los objetivos del llamado montaje: evidenciar, frente a la prensa, que el rechazo y la discriminación en la sociedad guatemalteca son realidades palpables y tan recurrentes como esa ráfaga de balazos cuyo súbito retrueno nos estremece de tanto en tanto, recordándonos en qué país vivimos. El partido se perdió dentro de la cancha cinco a dos, pero se ganó con creces fuera de los encopetados campos de Futeca zona 14.

Putas, sí: ¿y qué?
Las Estrellas de La Línea no se dieron por vencidas. Aprovecharon el revuelo que ocasionó la expulsión y la avalancha de comentarios suscitados a propósito del incidente. Mientras, el equipo de producción del documental seguía de cerca todo lo ocurrido.

Convocaron a una rueda de prensa para informar que seguirían jugando, primero contra un equipo de colegas trabajadoras de un club nocturno en Amatitlán, luego en una gira deportiva entre prostitutas que las llevaría por Livingston y Flores, y más tarde contra una alineación conformada por mujeres policías, para concluir en San Salvador con lo que sería el primer encuentro internacional de fútbol entre prostitutas del que se tenga noticia; todo ello a modo de caja de resonancia para difundir sus reivindicaciones, dentro de las cuales exigían ser tratadas con dignidad y respeto, la protección del derecho a la custodia de sus hijos, el reconocimiento de la prostitución como una decisión legítima de trabajo y la protección contra la violencia civil y policial.

“¡Todo tiene un límite!”, exclamaba Jorge Palmieri en su columna (elPeriódico, 23 de septiembre). Cuatro días más tarde tildaba de “vergonzoso” el trabajo de ellas, agregando que “no se puede pretender que en un club privado juegue fútbol un equipo de meretrices con un equipo de señoritas del más alto nivel social y económico del país. ¡Qué de a huevo!”. Un mes después (26/10) volvía a la carga expresando que la prostitución “es una deshonra para cualquier mujer que se respete a sí misma. En vez de justificar lo injustificable, sería positivo y humanitario hacer algo para evitar que estas pobres mujeres caigan de manera «ineludible» en la prostitución y ayudar a salir de esa mala vida a quienes se envilecen con tan indigna ocupación”.

Por su parte, Dina Fernández (Prensa Libre, 27/9) sentenciaba, tajante: “En mi opinión, prostitutas y menores no se mezclan”, a la vez que acusaba a “los promotores de las Estrellas” de “exponerlas innecesariamente al rechazo y la humillación pública, para ellos poder divertirse y hacer su reality show”. Asimismo, Raúl González Merlo (Prensa Libre, 28/9) planteaba que “si los promotores de esta brillante idea buscan, sinceramente, mejorar la calidad de vida de las prostitutas ¡deben ayudarlas a salir de ese «estilo de vida»!”, porque “ellas ya han perdido su dignidad de mujeres”.

Al respecto, cabría retomar las reflexiones del escritor Carlo Frabetti: “¿Por qué la prostitución nos parece tan sórdida e indigna? Porque proyectamos en ella la sordidez de nuestra propia vida, nuestra propia indignidad de mercancías humanas. En una sociedad-mercado en la que todo se compra y se vende, en la que la inmensa mayoría de las personas venden la mitad de su vigilia (y la casi totalidad de sus sueños) por un puñado de monedas, la prostituta es la perfecta metonimia, a la vez emblema y chivo expiatorio, de la degradación colectiva. Pues la prostituta vende, literalmente, su cuerpo, mientras que los demás vendemos el alma, que no se ve (ni se toca), lo que nos permite proyectar nuestra humillación cotidiana, nuestra alienación, en otras servidumbres menos encubiertas, acaso menos hipócritas. Quienes consideramos que nuestra parte más íntima y personal es el cerebro, deberíamos reflexionar un poco sobre las múltiples formas de prostitución a las que nos aboca esta sociedad-mercado. Todos somos putas”.

La postproducción
Tras maratónicos meses de seleccionar imágenes a partir de 250 horas de material grabado, el documental terminó de montarse en Madrid, mientras la banda sonora se trabajaba en Guatemala. Una vez concluido, el trabajo fue inscrito y posteriormente admitido en el festival de cine de Berlín, donde en febrero del 2006 fue premiado gracias a la preferencia del público asistente. Luego, en marzo, el jurado del festival de cine de Málaga le otorgó una mención especial. Desde entonces ha seguido recibiendo invitaciones para participar en decenas de festivales alrededor del mundo –los palmarés obtenidos son ya más de trece.

Precedida de comentarios bastante halagadores por parte de la crítica especializada, Estrellas de La Línea fue finalmente estrenada en España el 12 de mayo, exhibiéndose simultáneamente en 35 salas. El 4 de agosto se estrenó en Guatemala, aún a pesar de que los sectores conservadores hubieran querido impedirlo con una oposición al menos igual de férrea a la que lograron al bloquear la noticia del partido en Futeca.

“En La Línea, un puñado de putas de bajo costo y altísima dignidad formaron un equipo de fútbol para hacer valer sus derechos. La idea se la sugerimos nosotros, pero la historia es suya”, explica Rodríguez (revista Magna Terra, No. 31). “Ellas se apropiaron de los acontecimientos desde la primera semana de rodaje. Nosotros pusimos la rueda sobre el camino y le dimos el primer empujón, el resto ha sido sólo poner la cámara en el momento y en el lugar adecuados. Es una historia real basada en hechos de ficción”.

Y concluye: “Para rodar buena ficción se necesitan talento y medios. Para producir un gran documental, sólo talento. La mayoría de las veces, no el talento del director, sino el talento de los miles de grandísimos actores callejeros que existen esparcidos por el mundo. ¿Realidad? ¿Ficción? Qué importa. La verosimilitud nada tiene que ver con lo real, sino con lo creíble, y eso es lo esencial: que la historia sea creíble y esté bien contada”.

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